14ymedio, Elías Amor Bravo, Economist, 19 November 2023 -- Que no me esperen en La Habana. Aunque me hubieran invitado, no acudiría a La Habana a este evento. El régimen comunista cubano ha vuelto a jugar con los
sentimientos de los exiliados. Y ahora, dos décadas después se celebra una
nueva conferencia con los residentes en el exterior. Vaya por delante, que
nadie tiene derecho a cuestionar sentimientos o valores que van más allá de los
sistemas políticos o económicos. El que nace en una tierra y se ve obligado a
dejarla, o es expulsado por el poder político, tiene derecho a querer
rencontrarse con sus orígenes, aun cuando estos sigan en manos de quienes, un
día, le obligaron a dejar atrás familia, amigos, trabajo o circunstancias
personales.
Sucede que, con tantos años en el poder, el régimen
comunista cubano está construyendo un relato para su beneficio propio, que establece diferencias entre los cubanos que
dejaron el país hace décadas porque las familias no querían vivir bajo la
imposición del yugo comunista, y los que llama “cubanos patriotas dispersos por
el mundo”, que dejaron la Isla recientemente por motivos económicos. Y este
juego divisivo tendrá malas consecuencias.
Porque tampoco son los mismos cubanos quienes ahora
viven en Cuba, que los que construyeron una nación próspera y con sólidas bases
en la primera mitad del siglo XX. Aquellos cubanos, nuestros abuelos y padres,
hicieron el enorme esfuerzo de convertir la colonia destartalada que arrancó de
la independencia en 1902 en una nación que pujaba por convertirse en desarrollada,
porque sus niveles de PIB per cápita estaban por encima de los de España o
Italia en aquellas fechas de mediados de los años 50. Cuba había conquistado
posiciones de vanguardia en la economía mundial y sus representantes en los
foros internacionales de la posguerra eran reconocidos y respetados.
Las eternas crisis políticas de la república no impidieron que los
cubanos de entonces fueran capaces de construir rascacielos en el Malecón,
desplegar un mercado del automóvil que aún sobrevive, inundar los mercados
mundiales con un azúcar producida a precios competitivos y empezar a apostar
por nuevos sectores, como la banca, la logística o el turismo. Esa Cuba que
vivieron nuestros abuelos y padres, no la hemos conocido como tal, pero existió.
Y su destrucción fue provocada por los mismos que ahora invitan a los
compatriotas de la diáspora a visitar la Isla sin amenazas de detenciones o
devoluciones al país de procedencia en vuelos inmediatos. Esa Cuba es la añoranza que nos han robado y que nadie espere encontrarla ahora, 64 años después.
Por eso, conmigo que no cuenten. De lo único que
tengo que hablar, con quienes han convertido aquel país promisorio en una economía
que se derrumba a pedazos, es de la libertad inmediata de los presos políticos, de la
convocatoria de elecciones libres y pluripartidistas, de la libre expresión, de
la libre enseñanza, y del retorno a la economía de mercado con estricto respeto
a los derechos de propiedad. Todo lo demás, me parece perder el tiempo y los años
avanzan para todos, y ya se acabó el momento de los “juegos florales”.
En todo caso, y siempre con el máximo respeto a los
compatriotas que en número de 400 (nadie ha explicado por qué esta cifra, y no
200 o 500) han participado en esta IV Conferencia La Nación y la Emigración
creo que vale la pena lanzar a debate algunas consideraciones.
Considero que este tipo de eventos no son los más adecuados para
reforzar los vínculos de Cuba con sus ciudadanos en el exterior porque las circunstancias
solo se presentan por una de las partes, y esto tiene poco que ver con la realidad. Por ejemplo,
desde el régimen se insiste en que las “graciosas” modificaciones realizadas a
la política migratoria, deben facilitar el diálogo. No lo tengo claro, no creo
que la posibilidad de entrar y salir de la Isla suponga mejora alguna del dialogo
cuando el problema es el hambre y la miseria en que viven los que quedaron allí.
Mal punto de partida.
Decir que el evento está justificado por el tiempo
transcurrido, dos décadas del anterior, lo que hace que una buena parte de los
delegados no estuvo en los encuentros previos, tampoco contribuye a aclarar
nada, sino a trasladar los resultados del evento a otras generaciones, sin más.
Hay que tener claro que si Fidel Castro en 1978
promovió los primeros vínculos y encuentros entre Cuba y sus nacionales en el
exterior, fue por su interés personal y porque estaba convencido de que, dos
décadas después de su conquista del poder, sería tiempo suficiente para enanchar
las grietas que pudieran existir en la diáspora y conseguir dinero. Le salió el
tiro por la culata, porque sin reformas económicas y políticas que dieran garantías
a los cubanos en el exterior, nadie iba a mover un solo centavo.
Se puede decir
que las tres conferencias celebradas antes, y esta cuarta, son un fracaso en
cualquiera de los objetivos planteados, porque Cuba, a diferencia de otros
países que se aprovechan de las remesas de la diáspora en el exterior, bloquea a
los que viven en la Isla cualquier oportunidad de capitalizar esos fondos procedentes
de sus familiares, y lo que hace el régimen es controlarlos en su propio beneficio.
No es extraño, por ello, que Rodríguez el ministro de
exteriores, en su discurso reconociera la grave crisis económica en que vive el
país, y su compleja situación, “con impactos sociales visibles que afectan los
niveles de vida de la población”. En esto tuvo razón y enfocó bien el argumento
del pedigüeño, pero a continuación cuando se dedicó a culpar al embargo y
Estados Unidos de todos los problemas de la Isla, se cerró en banda a cualquier
posible acuerdo.
Los procedentes del vecino del norte, la mayoría de los 400
elegidos, no podía estar en condiciones de aceptar tales ataques. Allí mismo se
podría haber acabado la fiesta, pero Rodríguez siguió diciendo el tipo de cosas
que producen sarpullido cada vez que un comunista abre la boca, por ejemplo, “el
firme compromiso de salvaguardar la justicia social y proteger, en todo lo
posible, la equidad que nos ha caracterizado” cuando el que más y el que menos
que estaba allí, sabia que todo esto se perdió en Cuba hace tiempo y que las
desigualdades e injusticias campan a su libre albedrío por el país.
Y ya entrando en materia, Rodríguez leyó ante los 400
la retahíla de los “logros de la revolución”. Nadie estaba obligado a escucharlos.
Que si la “efectividad de su sistema sanitario” y la mayoría de los asistentes
había llevado en sus maletas todo tipo de medicamentos para sus familias, que
si “derechos sociales, con la aprobación de un nuevo código de las familias,
los programas dedicados a la niñez y la adolescencia, por el adelanto de las
mujeres y contra la discriminación racial”, sin entrar en concreción alguna.
También habló de relaciones internacionales, pero no citó el apoyo entusiasta a
Rusia de Putin en la guerra de Ucrania, o ser la tabla china en América Latina,
entre otras. Que va, según Rodríguez “Cuba tiene un elevado prestigio y es
reconocida por sus contribuciones a favor de la paz, el diálogo y el
entendimiento”. Se ve que el ministro de exteriores no ve los informativos que
se difunden en otros países y que si conocen los 400 asistentes al evento en
los que Cuba nunca sale de este modo.
Después agradeció la solidaridad extraordinaria en
todos los continentes de los compatriotas, “puesta de manifiesto en los
momentos cardinales de nuestra Historia, en la que han tenido una participación
activa, los cubanos que viven en otras partes del mundo”, y en eso lleva razón,
porque nunca la diáspora, ni siquiera en los momentos más difíciles, ha escatimado ayudas a sus hermanos incluso
sabiendo que los envíos de mercancía nunca llegaban a sus destinatarios, porque
eran interferidos por los comunistas de turno.
Y claro, llegados a este punto situar como principal “desafío
para el desarrollo del país, eliminar la
hostilidad de los gobiernos de los Estados Unidos y, fundamentalmente, el
bloqueo, reforzado de una manera sin precedentes en el año 2019” es volver de
nuevo al sarpullido. Porque si la economía cubana se siente asfixiada, no es
por el bloqueo de nadie, sino por el propio, interno, y el hecho, reconocido
judicialmente en tribunales internacionales, que Cuba no paga sus deudas y por
tanto, no tiene derecho a recibir atención financiera en condiciones normales
en los mercados internacionales. Esa es la realidad de la asfixia del bloqueo, y
la solución está muy clara: pagar deudas y ponerse en cola.
Y desde luego, dar
los pasos necesarios para atender el contencioso que mantiene con el vecino del
norte que la contempla como patrocinador del terrorismo. Y de todo esto, los
400 asistentes qué podrían hacer. Pues nada, porque la construcción de una “relación
respetuosa y civilizada con el gobierno de los Estados Unidos” por mucho que el
régimen comunista cubano haya querido presentar como un objetivo suyo propio,
no es tal, y cada vez que se han abierto espacios para ello, los han dinamitado
con el viejo argumentario de siempre de David contra Goliat que tiene tantos
réditos políticos.
Además Rodríguez no tiene ni idea de lo que es, y de
cómo funciona un sistema democrático, cuando
afirma con respecto a Estados Unidos, que “nuestro ánimo es seguir expandiendo
y profundizando los lazos con diversos sectores de la sociedad estadounidense”
no quiere entender que la democracia es justo lo contrario de lo que él está
planteando y que en Estados Unidos llevan siglos defendiendo un modelo para que
ese juego sucio que plantean los comunistas cubanos pueda dar resultado. De
hecho, algunos de los 400 asistentes debió pensar lo mismo y descolgarse de esa
estrategia de manipulación de Rodríguez.
En realidad la política de relaciones con la diáspora del régimen
comunista cubano ya nació con raíces torcidas, como todo lo que creaba Fidel
Castro. Aprovechando un sentimiento de pertenencia a una comunidad se apostó
por la división, el enfrentamiento y la ruptura de la unidad de la diáspora,
aspectos que luego, no tenían la menor concreción. Todavía no se ha publicado
un censo de cubanos en el exterior que sirva de base para convocatorias
electorales libres. Los cubanos residentes en el exterior , a diferencia de
venezolanos, colombianos o ecuatorianos, no tienen derechos políticos y por
tanto, no son reclamados a participar en elecciones.
De hecho, la política hacia la diáspora ha tenido
distintas fases en un período tan largo como 64 años, y desde las delaciones y
el espionaje destructivo de comienzos de la revolución, a la destrucción de
carreras y vidas por medios propagandísticos, pasando por fomentar el olvido y
la inexistencia de cubanos de éxito a nivel internacional, como Celia Cruz, se
ha pasado ahora a un diálogo precario que se convierte más en una escena
lamentable de pedigüeño frente a poderoso, que provoca un rechazo inmediato.
Porque esa es la realidad de la emigración, la diáspora
o el exilio frente al régimen de Fidel Castro en sus últimas bocanadas. De un
lado, una nación que dice que “ha permanecido bajo la constante agresión de una
gran potencia ubicada solo a 90 millas” lo que la ha hecho más pobre e incapaz
de cumplir con sus objetivos, y de otro una comunidad exterior potente, con
capacidad económica, capital humano y enormes deseos de regresar y abrir
espacios de vida en la Isla que dejaron alguna vez en el tiempo. Pero esa
comunidad mayoritariamente vive a 90 millas de distancia en el país que los
comunistas dicen que aplasta a la Isla, con una “hostilidad alimentada,
conducida o manipulada”.
Raúl Castro sentó
en 2004 las bases del discurso nuevo del régimen con relación a la diáspora
cuando dijo ante Benedicto XVI que “reconocemos la contribución patriótica de
la emigración cubana”. Esa contribución patriótica ahora en tiempos de Díaz
Canel se llama “remesas”, dinero, fondos de libre disposición que no existen en
la economía nacional.
Convertir a la diáspora en el principal sostén de la
economía y de forma urgente. Para ello se han puesto en marcha las medidas de carácter consular para facilitar los
trámites y reducir requisitos, disminuir gastos, eliminar obstáculos para una
comunicación cada vez más fluida y para favorecer los vínculos familiares. Incluso
para resistir “los mensajes de la propaganda enemiga” y que es una “agresión
que sabemos muchas veces los exponen a ustedes a diversos peligros y admira a
nuestro pueblo cómo ustedes defienden con hidalguía su postura moral y política”.
Al final, lo
mismo de siempre. El castrismo lleva tantos años en el poder que las cuestiones
se tienden a diluir con mucha facilidad. Por ejemplo, Rodríguez dijo, con claro
ánimo de confundir, que “más allá del contexto cubano, la movilidad humana y la
circularidad son tendencias de la época en todas las latitudes, motivadas por
circunstancias comunes asociadas al desarrollo y el bienestar”. Pero eso es
falso, si se tiene en cuenta que en 1958 no eran los cubanos los que emigraban
al exterior, sino españoles e italianos quienes venían a Cuba a desarrollar sus
sueños.
Esos movimientos humanos beneficiaron a Cuba en su proceso de
desarrollo y lo que se produjo a partir del triunfo revolucionario fue la huida
masiva del país, llegando a construir una diáspora masiva de 2 millones de
personas que suponen casi el 20% del total de la población. No hay ningún otro
país del mundo con una residencia en el exterior de esa magnitud.
Y si se trata de
superar conceptos, cierto que superar el concepto de emigrado por el de “cubanos
que somos y son, y van y vienen, en sus disímiles circunstancias; participan y
contribuyen, defienden y enriquecen, retornan o se prolongan en sus hijos, sus
nietos, sus bisnietos que seguirán siendo cubanos” es una buena idea, pero
Rodríguez tiene que superar otros conceptos previos que todavía siguen, como
exiliado, antisociales, lumpen, mafia, etc. y que el régimen comunista emplea a
diario en referencia a los residentes en el exterior o los que buscan una vida
mejor.
Tan solo una
frase del discurso de Rodríguez a los 400 tiene razón y por eso merece su
referencia aquí, “en Cuba está
la sustancia materna, el origen, la esencia, está el pueblo y está la Historia,
que es de todos los cubanos”. Tiene toda la razón. Esa sustancia no se
encuentra en ningún otro sitio. Entonces, a ver si se aplica el cuento y su régimen
político se da cuenta de que debe ser así y de una vez por todas dejan de
mimetizar una revolución comunista de la guerra fría con la sustancia materna
de los cubanos. La llamada “revolución” no es el único modelo político que
pueden tener los cubanos. La alternancia, el pluralismo, las libertades
democráticas están en la esencia de la cubanía, porque si no fuera así, qué
sentido tendría aquella guerra que nos llevó a la independencia como nación.
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