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Mensaje de Jorge Angel Hernández







A propósito del texto "Un poquito de vergüenza por nosotros mismos", de Luis Manuel Pérez Boitel, en respuesta a "La crisis de la baja cultura" de Francis Sánchez.



Amigo Riverón,



Aunque conservo la amistad como uno de los dones que se deben defender a toda costa, también considero que el criterio alrededor de las cosas que ocurren en la vida, el arte y la literatura, debe colocarse, si no de igual a igual, al menos a una nariz en la llegada. De ahí que no pocas veces nuestras discusiones personales hayan subido el tono al punto de que sólo la amistad ha detenido la avalancha dañina de la ceguera de ambas partes. También valoro altamente el reconocimiento agradecido a las buenas acciones que provienen de otros, que no son exactamente parte de ese reducido grupo de amigos, incluso más aquellas que honestamente brotan de quienes nos han acompañado en calidad de adversarios de una misma marcha. Esta muela, que tú conoces bien tal vez en tonos y giros más jocosos, como me gusta hablar person to person, me permite introducir, en esta comunicación que desde ya te permito usar públicamente si así lo consideras necesario, una idea que, aunque previsible dadas las muchas anécdotas que como testigo puedo relacionar, no deja de asombrarme negativamente: me refiero al mensaje alevoso que Luis Manuel Pérez Boitel circuló y en el que intenta denostar tu persona, —considerando que un editor, al frente de una editorial con la que él mismo comenzó a alcanzar su primer alpiste de prestigio— está obligado a suponer, sin el menor beneficio de la duda, el precio justo y merecido de su remuneración. Recuerdo que en aquella ocasión nuestro poeta y luchador antifascista no “litigó”, como dice, (sabiendo en condición de abogado qué significa esa palabra mediante cuyo significado tú lo hubieras colocado en un engorroso proceso jurídico que no tuvo lugar) sino que regateó, a mi entender con un motivo justo, sus honorarios, los cuales se fijaron en el monto que él mismo exigió, a mi entender injusto, mucho menor de lo que hubiera merecido; conozco los detalles porque también yo me vi en un regate que consistió en declarar que no estaba de acuerdo con el precio y, por respeto al escándalo y solidaridad con Boitel, fijé en su misma exigua suma, y espero que las copia de contratos puedan servir de prueba y reto además a buscar ninguna prueba de “litigio”. Lo que sí hizo fue cabildear con autoridades superiores para presionar su exigencia de pago y contar el incidente a muchas, demasiadas personas. Recuerdo también cómo asumiste como un problema tuyo el hecho de que pudiese asistir a la ceremonia de premiación del Premio de poesía, que en cerrada votación obtuvo en el concurso Casa de las Américas, noticia que recibió unas pocas horas antes, y cómo pusiste en ese empeño tanto tu influencia institucional como tu valor personal de intelectual y editor en un momento en que el personaje constituía la comidilla de la sátira oral intelectual de una buena parte del país. Lo suponía agradecido por esas gestiones, felizmente conseguidas, más al escucharlo reclamar —durante la reunión, o encuentro, que tuvimos en la UNEAC de Villa Clara con Iroel Sánchez y Omar Valiño, es decir, los “dúos del partido” que se tomaron la molestia de conversar con nosotros acerca de lo que estaba ocurriendo alrededor del fenómeno que enseguida nombré Pavonazo en mi trabajo— que lo de la asistencia a la premiación era cierto y que la Casa de las Américas, llamando a la persona de Jorge Fornet como el irresponsable, y cuidándose de salvar la “decencia diplomática” de Roberto Fernández Retamar, se había abstenido de comunicarle al año siguiente, una vez en circulación su libro, de “cuál sería su protagonismo en las actividades del premio”, y que no le brindaron tampoco apoyo alguno. Eso dicho a propósito de tu comentario A comer del pavo nato, que ahora le parece tan sospechoso y sobre el cual no emitió opinión alguna a pesar de que fuimos provocados para hacerlo durante esas conversaciones. Esa actitud confirma que el título de lo escrito por Francis Sánchez no deja de quedar exacto, pues confundir las bajas ansias de protagonismo con las bajas pasiones y la cultura es algo mezquino, en el más martiano concepto del término. Y aunque tal vez la abrumadora mayoría opine con justicia que no merece ni siquiera el honor de la denostación, el instinto básico de mis bajas pasiones me pide una retribución.



Así, amigo, en nombre de esos intelectuales deshonestos y de doble moral oportunista, que como a los espantosos ingleses de Neruda odiamos todavía, y en virtud de que perece impensable “sacarlos de circulación y crédito” te pido una disculpa. Siento vergüenza de que tanta rencilla salga a flote en medio de un momento a mi juicio crucial para el destino cultural de quienes seguimos decidiendo construir adentro.



Un abrazo, y nada de antidepresivos



Jorge Angel Hernández

3 de febrero de 2007



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