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Mensajes de Félix Sánchez



Jacomino:



He recibido, como parte del listado de gente que recibe tu carta a Francis, ese mensaje tuyo que confirma claramente que lo que nos sucede es que hay, terrible paradoja, una "baja cultura" decidiendo en la cultura tan alta de este país. Yo creo en Abel, pero también debe estar lamentando él estar tan mal acompañado. No creo que a él se le habría ocurrido nunca sacarle cuentas a un escritor de los pesos que le han pagado, presentarlo como un malagradecido más que como alguien errado en sus conceptos. No es la primera vez que lo haces, parece que para ti ganar más es obligación de hablar menos. Los faltos de ética creen siempre que el dinero es un pacto, que la verdad se compra con la gratitud. Considero a Abel. En momentos como estos, como siempre, en que se requiere paciencia, comprensión, debate, respeto, unión, lamentará un mensaje como ese tuyo, auténtico paquidermo colado en el almacén de una fábrica de copas.



A un escritor que opina sobre cosas del país, que cree que la felicidad y la de sus coterráneos, que el futuro de su Patria, no es solo cuestión de un libro personal de más o de menos, se le arrincona y ataca en lo personal. Cosa típica de los incapaces, de aquellos que creen que uno debe mirar el mundo solo a partir de como le va en lo personal, defensa clara de ese aldeano vanidoso que cree que "el mundo entero es su aldea" y que desenmascara Martí en su ensayo paradigmático "Nuestra América". Seguiremos sin los espacios requeridos, alejados de la reflexión social que todo el mundo menciona demagógicamente pero nadie hace realidad, sin cumplir con el deber de estimular la participación, no habrá meditación sobre lo que nos pueda quedar aún de aquel quinquenio, pero pasado el pico del asunto retornamos a la rutina de los regaños y los castigos. Era de esperar. Un asombro similar al tuyo, un argumento similar al tuyo, debieron manejar los que no entendieron que Fidel, hijo de un burgués terrateniente, en lugar de acariciarse el estómago lleno, pusiera su corazón al servicio de los pobres de la tierra. La historia es así, qué hacer con ella.



Francis ha convertido esas cifras de dinero en libros. Mañana lo leerán en las bibliotecas. Una lástima que no tenga acceso también yo a los ingresos y mal gastos de otros que ponen en peligro nuestra salud cultural con sus torpezas, y que no recordarán muchos mañana, por suerte.



Luego te escribiré más largamente, y con la misma publicidad de este mensaje tuyo a Francis. Por ahora, y como te refieres al problema ético de Francis e Ileana por su carta a la UNEAC, y no me cuentas en ese grupo de descarriados morales, te envío el mensaje que envié al secretariado de la UNEAC mucho antes que Francis. Parece que nadie de ellos se tomó el trabajo de mandártelo. Aún espero por la respuesta de alguien del Secretariado, pero pensé que al menos lo dejarían circular.



Que tú te erijas en condenador de un mensaje al secretariado de la UNEAC, te creas con el derecho de opinar como funcionario (ese cúmulo de datos que manejas sobre Francis lo tienes gracias al puesto) de una carta a una dirección de la UNEAC de la que no formas parte, ilustra nuestro caos, la existencia de una UNEAC que parece que todo el mundo representa. No, no explicas nada en tu mensaje, no aclaras nada, pero ejemplificas nuestros problemas, y eso en el fondo siempre será de agradecer.



Hasta luego. También tengo cosas que importantes que hacer ahora.



Félix



4 de febrero de 2007



ACERCA DE LA "DECLARACIÓN DEL SECRETARIADO DE LA UNEAC"

Estimados Miembros del Secretariado de la UNEAC:



Esto parece haber perdido las puntas. Y yo ya no sé si es un ula-ula sucio que se autoimpulsa soberanamente, y cuyo detenimiento depende de tu cansancio en el juego más que de la existencia de una estación terminal en la cual puedes bajarte. En la reunión que tuvieron con nosotros aquí en Ciego de Ávila el pasado día 17 se nos leyó por Fernando Rojas el borrador de esta declaración. No era una lectura para opinar sobre ella, ni para corregirla. Luego de casi tres horas de intercambio aquel parecía ser un cierre victorioso: la UNEAC había tomado cartas y se haría pública su posición.



Ahora que recibo este texto, que lo leo con detenimiento, que lo observo con la exigencia con que uno debe asumir un texto oficial de su organización ante un asunto tan delicado, solo he renovado y enriquecido mi convicción de que "el efecto pavón" sigue vivo y coleando. Eso del debate "entre revolucionarios" y que la política "cultural ha garantizado y garantiza nuestra unidad", tiene un color gris. ¿Qué hemos avanzado? ¿Quién ha dicho que el debate tiene que ser entre revolucionarios? ¿Los que no lo son, y que necesariamente no tienen que ser "contrarevolucionarios encarcelables", están excluidos? ¿Qué documento legal autoriza esa discriminación "ideológica", esa privación de un derecho ciudadano de polemizar sobre lo que ocurre en su país?



Eso de relacionar a la cultura con la unidad saltándose otras cosas que tiene que asegurar primeramente una política cultural: libertad creadora, de pensamiento, democracia cultural, derecho a la diversidad, es como una señal casi pavoniana. ¿No era en aras de la unidad que se prohibían el jazz y los Beatles? Como si esto no bastara hay dos pifias al final, esas que solo se producen cuando se quiere, más que informar, hacer consigna. Se reafirma una irreversibilidad tomando como fundamento las palabras de Fidel a los intelectuales. ¿Y el periodo gris no existió una década después, pese a la existencia de esas "Palabras a los intelectuales"? Sería bueno preguntarle a Pavón cómo cumplió él con celo (y cierto exceso) el paradigmático "contra la revolución nada". La otra es que la UNEAC hace una afirmación que excede su alcance, su autoridad, que no está en sus manos: La política cultural (...) es irreversible. ¿Construye y aprueba la UNEAC la política cultural? Si es así, ¿cómo fue posible el pavonato? ¿Qué hizo ella en ese tiempo? ¿No es algo desfasado llamar "irreversible" a la política cultural de una Revolución que hace dos años hizo público su propia "reversibilidad"?



Que un documento de la UNEAC no tenga el aliento de la UNEAC, parezca cualquier otro documento del estado, no se diferencie del que podrían emitir los CDR o la FMC, es como para seguir preocupados. Un amigo mío me llamó hoy para que le explicara, le "tradujera" ese texto que había leído en el Granma y no le decía nada, solo le despertaba conjeturas. Tuve que hacer yo lo que no hizo el secretariado de la UNEAC. ¿Por qué ese rodeo, ese no hablar claro? Ya no nombres, el por qué del rechazo a esos programas, era mucho pedir. Ni siquiera se dijo la fecha de esos programas, para que un lector con buen olfato detectivesco y tiempo pudiera rearmar la historia.



Esa política de informar y no informar, de creer que si se dice una verdad se extiende el problema, de que la "masa" no tiene derecho a la información clara, me huele a brochazos de blanco y negro corridos hasta el siglo XXI, metidos en el paisaje actual. Que la gente reciba una nube gris en lugar de una información, que al final el pueblo se diga "oye, pasó algo grande, no sé qué será pero parece que fue algo con los artistas", es un acto de irresponsabilidad informativa.



La UNEAC, por su prestigio, por lo que significa, es un modelo, sus pasos son señales de la salud intelectual, sus actos tienen una carga educativa. Los periodistas cubanos tendrán en este documento un ejemplo de lo que no se debe hacer, de lo que es sacrificar la profundidad en aras de "lo enérgico", de cómo hacer malabares para no ofender ni a Dios ni al Diablo. Y claro, como es un documento infeliz, lo utilizará el enemigo. La UNEAC habla de un problema, pero es que los mensajes que se habían cursado hasta ese momento contenían más problemas que el error del ICRT. ¿Cuál es la posición de la UNEAC al respecto? Al menos pudo decir que se prestaría atención a las inquietudes planteadas por los intelectuales, que se reconocían ciertas cosas, como la falta de espacios para la polémica. Uno de esos mensajes iniciales, de Paquita Armas, uno de los ignorados, emplazaba directamente a la UNEAC: "Que este intercambio de ideas camine tan rápido hace evidente la necesidad de un espacio de diálogo entre los artistas cubanos. La UNEAC dejó de ser lo que era y ahora no hay un lugar donde decir lo que se piensa".



La UNEAC debió decirlo, sí, porque ella es también responsable. Veamos algunos de esos documentos propios con los que la UNEAC no ha cumplido y por lo que debiera responder ante su membresía y el país en un momento como este.



* De los Estatutos de la UNEAC.



Capítulo 4: La UNEAC proclama su adhesión a los principios de la democracia socialista y, en consecuencia, defiende el derecho a la palabra, la investigación, la experimentación, la crítica, la autocrítica y la polémica franca y constructiva sobre los más dispersos aspectos de la vida política y cultural que contribuyen al desarrollo de nuestra sociedad.



* De los Lineamientos para los próximos cinco años (1999-2003) (Aprobados en el VI Congreso)



Punto 6: "Consolidar espacios e instituciones de debate donde se exprese, de manera sistemática, la diversidad de criterios de la intelectualidad revolucionaria sobre los más diversos problemas culturales y sociales. Difundir adecuadamente los resultados de estos debates en los que el respeto a la diversidad constituya la base de nuestra unidad".



* De los acuerdos y recomendaciones del VI Congreso:



"Los cambios de la realidad social deben ir acompañados de una reflexión sin la cual no podríamos conocer a fondo la naturaleza de esos procesos y afrontar sus implicaciones" (Comisión "Cultura y Sociedad").



" Cuidar la saturación informativa a través de los medios de difusión y poner a debate reflexiones críticas sobre temas de la actualidad. (Comisión "La Política Cultural y su consolidación en los medios de difusión masiva").



Que esto aparezca así, en documentos rectores de la UNEAC, desde 1998, sin que la UNEAC haya encontrado las vías para hacerlo realidad, y no haya pasado nada, es como para una polémica nueva. Sería bueno que la UNEAC se mostrara al menos solidaria con aquellos que en sus mensajes, en sus reflexiones, no han hecho más que actuar en ese espíritu crítico y reflexivo.



La experiencia socialista ha demostrado que los problemas no resueltos hacen más daño que los problemas divulgados. Es en los primeros donde nos jugamos la vida. Si Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado, entonces hay que hacer práctica cotidiana el preguntarnos qué debemos cambiar. Esa es la función del debate, no debatir es no cambiar.



Sí, esto es una crítica a mi Secretariado, un acto que se ampara también en el Artículo 4 de mis estatutos. Y es mi voto personal contra ese documento que cierra incorrectamente las cortinas de un asunto mucho más complejo.



Saludos,



Félix Sánchez



Ciego de Ávila, 20 de enero de 2007



Otro mensaje de Félix Sánchez



LAS IDEAS DEBATIENTES



un acercamiento desde la ausencia

A mediados del 2006 empecé a escribir este texto, que luego aparté para redondearle en el futuro. Estos días de enero han puesto su asunto en un lugar protagónico y por ello he decidido actualizarle con esa experiencia y ponerle a circular. Nada de pretender la gran teoría, solo una provocación, un esbozo también para debatir.


El debate, como categoría política, no desciende hasta el nivel de la singularidad humana, no contempla un mar de gente intercambiando, contradiciendo; no es un todos contra todos. Confundir este tipo de debate con el cuchicheo entre sujetos de toda colectividad (reos de una misma celda, compañeros de barracón) es un error que no por grande deja de aparecer en ciertos pensadores respetables. El debate del que hablamos no puede homologarse a un intercambio de impotencias, opiniones rumiadas al oído solidario o cómplice. Ese eslogan triunfal: “Nuestra sociedad es muy inclinada al debate. No hay otro país donde la gente debata tan libremente, basta pararse en una esquina para oír a la gente debatiendo de todo”, es una afirmación, además de desacertada, conformista y peligrosa.



Como categoría política, hay que ver que el debate se produce entre dos grandes cuerpos de ideas: el cuerpo del poder (un sistema coherente de ideas que se fortalecen unas a otras, se apuntalan, mediante el empleo de sus instituciones, normativas, políticos, etc.), lo que en El socialismo y el hombre en Cuba el Che llama “el pensamiento oficial”, y un cuerpo heterogéneo que representa a la sociedad civil, llamémosle entonces “pensamiento no oficial”, que se caracteriza por ser ofensivo, es decir, recibe esas otras ideas instituidas con recelo, con una actitud evaluadora, como una contraparte, como un bloque poderoso que trata de vencerle por que necesita a toda costa legitimarse.



El cuerpo de ideas del poder es defensivo, en la medida en que se presenta como conclusión, como sistema estable, como discurso justificativo, que apuntala ideológicamente al estado. Al otro cuerpo, pues, no le queda otro remedio para ser distinto, para no ser ni imagen ni parodia del primero, que ser provocador, cuestionador. El primero trabaja por sembrar y acrecentar la fe y la confianza, el otro por la duda y el cuestionamiento, que es su modo de compulsar al cuerpo oficial a renovar su accionar, a mantener una actitud crítica que le permita autorrenovarse y sostener la autoridad. La autoridad del estado no solo descansa en los instrumentos jurídicos, represivos, descansa también en su salida airosa en el debate. Claro, cuando lo hay. Cuando no lo hay también gana él, pero por no presentación (como en el boxeo, un triunfo muy deslucido).



De como le vaya en el debate depende la ascendencia del cuerpo de ideas del estado sobre la sociedad, su influencia en la opinión pública y la aceptación por esta. De ese modo el debate se convierte en un regulador, un diseñador de la opinión pública, y su conductor. Esa es una opinión a la que el estado siempre quiere acceder. El debate, cuando existe, multitemático, activo, audaz producto espiritual de la sociedad civil, obliga al estado a una constante actitud crítica hacia sí mismo.



Ahora, solo en la medida en que entre esos dos cuerpos de ideas políticas haya posibilidades efectivas de debatir habrá debate. ¿Qué es posibilidad efectiva de debatir? Cierto equilibrio en fuerzas y medios, cierto espacio de confluencias, cierta comunicación civilizada, cierto respeto al “otro”. Si yo monopolizo los medios y los espacios, el debate se convierte en una caricatura, porque en vez de boxeo lo que hay es un sparring. Y si lanzo todas mis fuerzas, me excedo, como dirían los especialistas en derecho humanitario, oponiendo tanques a gorriones, tampoco hay auténtico debate. Un enfrentamiento entre el ejército haitiano y Alemania no es una guerra, es una masacre.



Esa masacre ocurre en el debate cuando contra una voz solitaria, apenas embrión, se lanza, intolerante, la andanada de discursos, prensa, medios, etc. Las masacres, no es casualidad, siempre las lleva a cabo el cuerpo de ideas que está en el poder, que son ideas acuarteladas y armadas. Las ideas nuevas siempre nacen minoritarias, indefensas, y las ideas en el poder prefieren una victoria rápida, aprovechando esa crisis de crecimiento. Un debate prolongado es un esbozo de derrota. Por eso es difícil alejar a las ideas del poder del exceso.



Las ideas del otro bando, del no oficial, para un debate justo, necesitan contrarrestar la debilidad de no ser cuerpo de ideas en el poder. Como en una buena guerra, esa desventaja material no es decisiva, se suple con el uso de determinadas tácticas: la sorpresa, la noche, la trampa. O sea, hay una estrategia del debate y una táctica del debate. La táctica del debate ofrece los medios, los recursos, las acciones, y de ese modo contribuye a lograr el éxito de la estrategia, que tiene que ver con objetivos a alcanzar: imponer un criterio nuevo, desarticular una idea que se considera obsoleta o negativa. En el campo del debate, la táctica comprende muchos recursos, tiene un arsenal de ellos, que incluye el empleo de la ironía, el giro, el auxilio del arte, etc. Esa táctica también se moderniza: ya casi no se fuerza con carteles en los muros, se envían emails.



Ninguna idea acepta pasivamente ese reto, el debate, si no se ve amenazada por la desarticulación y el descrédito. No hay debate por obligación, por tarea, por misión, por sensibilidad. Hay debate por reacción, por una necesidad ofensiva o defensiva, por la urgencia de que mi opinión triunfe o prevalezca. Es un combate. Y en un combate solo hay dos posiciones: o te defiendes o atacas. Lo otro es una coincidencia en espacio y lugar de ideas que se pasan por el lado y se dicen adiós, como soldados en desfiles o entrenamientos conjuntos. Es ese, lastimosamente, el tipo de debate que hoy se ve en nuestras revistas, en Temas, en La Gaceta de Cuba, por ejemplo.



En ese debate político, de estado a la defensa y de cuerpo de ideas al ataque (opinión pública, librepensadores, organizaciones no gubernamentales), quien ataca, como en toda lucha, tiene que forzar. Forzar si el combate es en serio, si no es un acto justificativo de mi estatus y de mi gallardo uniforme de militar. Como en la guerra el debate también se mide a la larga por resultados. No se trata de reportar las municiones gastadas, ni las marchas y contramarchas, sino las cotas capturadas, las bajas del enemigo. No se trata de disparar (como hacen algunos de nuestros francotiradores de la prensa, en quince líneas) y decir: ya cumplí mi deber, aquí está el casquillo de prueba y el humo, voy a descansar feliz. Se trata de avanzar, de romper la defensa. Eso comprende entonces una determinada violencia, y el empleo de una táctica propia de los “combates de ideas”. Tratándose de tal tipo de combate la táctica comprende insistir, provocar, ejemplificar, desesperar, sembrar dudas, volver a insistir, emplear diversos medios (radio, prensa, boletín, pancarta, carta, manifiesto). Si todo eso no existe, no se moviliza para el frente, no habrá debate verdadero. Apenas escaramuza verbal, ambigua y sucedánea.



Un cuerpo de ideas en el poder no estimula realmente el debate jamás. Hay que imponérselo. Toda opinión divergente no es solo una opinión distinta a los ojos del poder, es una desobediencia. Y el estado se cuida muy bien de alentar desobediencias. Fue y es un error que nos inmoviliza creer que en el socialismo el estado promoverá el debate. El estado socialista, por muchos atributos nuevos, sigue siendo estado. Y el discurso estatal siempre pretende la supremacía, supremacía clara, luminosa, sin sombras. En el fondo, su actitud tiene una lógica mayor: nadie organiza conscientemente su agresión, solo los suicidas.



El mismo estado socialista, que dice formalmente que sí al debate, se cuida de hacerlo imposible con muchísimos recursos, que van desde el control de los espacios hasta el de crear en la sicología social el sentimiento de que “el debate puede debilitar porque atenta contra la unidad”, “el debate da elementos y pretextos al enemigo”. Dentro de esos recursos sutiles está el empleo de un verbo que contiene y asusta: “cuestionar”. Puedes opinar pero no cuestionar, opinar es derecho ciudadano, cuestionar es delito jurídico y político. ¿Cuándo terminas de opinar y empiezas a cuestionar? Las fronteras ya están en nuestro subconsciente, reguladoras, protectoras. Cuando te sales de lo anecdótico para llegar a la política, cuando no le apuntas a un carnicero sino al Ministro de Economía, cuando dejas de quejarte de la mala aplicación de una medida para opinar sobre la decisión estatal de desplegar esas medidas.



El debate, ni aún en nuestra sociedad sin lucha de clases, es el producto de ninguna armonía. No es una conversación de sobremesa., es el modo en que contienden las ideas. Debe hablarse así, claramente, de contender y no de intercambiar. Ocho personas hablando de una película no constituyen un debate por mucho y profundo que hablen, porque sus discursos pueden ser paralelos, no tocarse. En el debate hay como mínimo dos discursos que por sus posiciones se excluyen, que se agreden. Y pueden haber otros actuando como aliados estratégicos, como aliados tácticos, ocasionales, como indecisos, pero al menos dos deben asegurar la contradicción, la exclusión, que hace que se inviertan energías y pasiones en el acto.



La esencia del debate no es ejercicio de las neuronas, es restar credibilidad, influencia, a una idea, es ir contra algo. De modo que al igual que la revolución no se hace desde el poder, nunca es organizado el debate por los que ya están en el poder. La ausencia efectiva de debate en nuestra sociedad radica en parte en eso, en que se nos ha hecho creer que el debate le interesa al poder, y no es así. Un acto honesto sería decir: “no nos interesa el debate”, pero una afirmación de tal corte fascista es imperdonable en el mundo moderno y entonces se le sustituye por declaraciones sin actos efectivos, debates con restricciones que los anulan, debates en la apariencia y no en el contenido. Debate, reflexión, se trenzan en miles de documentos en una ejemplar retórica. Pero lo que sigue siendo cierto es que el poder va al debate solo forzadamente, cuando ve peligrar su idea. Mientras no. Estamos hablando, claro, del debate real, porque también existe el debate aparente, el teatral, relevo de sujetos emulando a oírse mejor, a parecer sabios y profundos.



Debate y crítica, las dos categorías más revolucionarias en el socialismo una vez excluidas la lucha de clases, las confrontaciones de distintos sectores del poder económico, han sido muy mal llevadas por la teoría. Lo que se ha dicho de ambos ha sido más bien inmovilizador. Sobre la crítica: oportuna, constructiva, en forma, lugar y tiempo (casi una perfección imposible para algo que aspiramos sea masivo). Casi que se requiere pasar un curso de criticólogo para cumplir con esas exigencias. En el debate no ha ocurrido menos: entre revolucionarios, fraterno, útil, a tono con nuestra ideología, que no sirva al enemigo. Quisiera que alguien me explicara qué es un debate fraterno, como se logra convertir en caricia un enfrentamiento de dos representantes dignos, decididos a defender su punto de vista hasta el final.



Reconocido ya como enfrentamiento hay que aceptar también que el debate comprende una determinada violencia, decíamos, y un arsenal de recursos ofensivos y defensivos que se emplearán por las distintas partes. Como mismo un disparo no es un ataque, el decir algo provocativo no es ya asegurar el debate. (Es el mérito dudoso, decíamos, de algunos francotiradores de nuestra prensa que se creen que contribuyen al debate con dos o tres líneas coladas furtivamente en una página). El debate surge de ese enfrentamiento en que las partes mantienen una voluntad firme de lograr su propósito. Esa voluntad firme, es la que asegura que el atacante no se repliegue al primer rechazo, a la primera baja en las huestes. Publicar una opinión puede ser un buen comienzo del ataque. Pero no basta, hay que ver la “evolución de las acciones”. La acción ofensiva se acondiciona a la defensa. No se trata de un acto y su replica, se trata de una obstinación, de una persistencia “combativa”.



Si el interés por provocar el debate es firme, es convicción y no apariencia o moda pasajera, entonces el atacante busca la brecha, golpea una y otra vez, hasta que el contrincante cede, se rinde, o huye. Cuando el ataque es solo de salva, solo amenaza de utilería, finta verbal, el bando a la defensa lo sabe. Es muy difícil al debate pasar por serio si no lo es. Ante él el bando oponente ni se molesta, hace como ese general que mientras juega a las cartas en su bunker oye el rutinario silbar de los proyectiles enemigos y se limita a decir al servicio de guardia: “Manténgame informado de la situación”.



Así, como esos generales confiados de su bunker, reaccionan muchas veces, la mayoría, nuestras estructuras, representadas en el discurso oficial. Se sienten seguras, protegidas, y saben que la mayoría de los atisbos de debate no pasarán de ahí, bien por carecer el provocador, el incitador de recursos, de voluntad, o de real decisión para enfrentar el peligro.



Peligro he dicho, sí. Peligro no es una palabra intrusa en cuestiones de debate. Todo debate, como enfrentamiento entraña peligros. El debate sin peligros no es debate. Hay que ver que una idea nueva, conflictiva, es desestabilizadora. Y el sistema, estabilizado, con su cuerpo de ideas bien machimbreadas, no dejará pasar cruzado de brazos a esa provocación que le pone en peligro. El sistema siempre reacciona, amenaza, y ataca.



Recordemos cuánto elogio hace de Martí el Capitán General español en sus palabras tras oírle en aquella memorable velada. “Voy a pensar que Martí es un loco, pero peligroso”.



Tan peligroso lo vio la corona que lo envió al destierro. La reacción del atacado es un buen medidor de la calidad del ataque. Hoy esa reacción extrema de España dice mucho de la calidad de la provocación martiana, es una anécdota que ningún biógrafo de Martí deja fuera. No sabemos en esencia qué dijo Martí, pero no hay dudas de que el apóstol hablo fuerte y claro.



Cuando a esas ideas, al parecer muy nuevas, muy “arriba”, nadie les hace caso, no nos pongamos a reclamar el deber de oír el debate, de participar. Sucede así, simplemente, porque son ideas muy poco atrevidas, muy poco “locas”, muy poco “peligrosas”. Con ideas benignas, inocentes, obtusas, no se desencadena jamás un debate. Es totalmente imposible, porque la cordura, la cautela, la corrección, la etiqueta, en asuntos de debates es muy mala consejera.



El debate, en resumen, no se recibe como pasaporte o premio, se fuerza. Ahora, habría que preguntarse seguidamente qué posibilidades tenemos para que esa idea débil logre hacer una presión, logre ser verdaderamente ofensiva. Por confesión, por ser el pueblo en el poder, el socialismo debe crear esos espacios y esos canales para los sujetos dueños. La experiencia hasta hoy es que no ha sido así.



¿Que ha sucedido? Que se creó la ilusión de que ya en el socialismo no sería necesario proclamas, protestas como la de los 13, manifiestos, pequeñas tánganas. Se creó esa ilusión y junto a ella el modelo del buen pensador, el pensador de “nuevo tipo”, que puede discrepar del acto pero nunca de la política que lo sustenta, que tiene claros sus límites de actuación y los respeta, que debe ser un buen ciudadano, un ciudadano que confía en su país, que no debe hacer un empleo escandaloso de los recursos porque eso le sirve al enemigo. En fin, un “debatiente de baja intensidad”. El resultado ha sido, como es de esperar, la anulación del debate real. Es que cuando se concibe una idea, una discrepancia, y el mismo padre de la entusiasta criatura la evalúa desde el otro lado, la acomoda para que sea publicable, no traiga mal entendidos, no provoque malos momentos a sus receptores, no provoque la ira de tal o mas cual funcionario, ya se está certificando el nacimiento de una criatura muerta.



Un periódico como el Invasor, de mi provincia, tiene una sección que es muy curiosa. Se llama “Sin rodeos”. “Sin rodeos” es un nombre ambicioso, ideal para un sitio de crítica, de polémica. Pero cuando uno la sigue se da cuenta de que es ella el paradigma del rodeo. Allí no se habla de otra cosa que de servicios, panaderías, baches, quejas. Pura táctica, pura anécdota, pura calamidad cotidiana. Ese es todo el espacio de valentía, la dimensión de ese “sin rodeos” anunciado.



Es que, no seamos ingenuos, para toda sociedad es bueno dar idea de que alienta el debate. La posibilidad de debatir es una de los más importantes certificados de democracia que recibe una sociedad. A todo poder le resulta importante declarar que no ahoga, que no priva de voz a esos que dirige. Lo hicieron, a su modo, hasta los caciques y los señores feudales.



El cuerpo de ideas en el poder, cuida su imagen, nunca afirma abiertamente, bochornosamente, sus privilegios con relación al debate. Trata incluso de dar la ilusión de que lo desea, lo respeta, le es útil. Y crea espacios ficticios, y trata de tener su cuerpo de “debatientes ficticios”. Un ejemplo nuestro es el ya tradicional y famoso “debate del discurso”. Debates y más debates. Qué aparente ejercicio del criterio. Pero cuando uno va a la práctica de estos llamados “debates del discurso tal...” ve que lo que se pretende es que se reafirmen, se siembren, se hagan entender las ideas de ese discurso. Una idea contraria al discurso en “debate” no tiene ninguna posibilidad de surgir allí, no le interesa a los organizadores, es más, en su interior conciben que un buen debate del discurso debe contemplar la derrota inmediata de cualquier idea ajena al discurso. ¿Puede llamarse a eso debate verdaderamente?



Si el estado es el gran sujeto de uno de los cuerpos del debate, hay en el otro lado sujetos diversos, homogeneizados por su condición de “no gubernamentales”. Una función esencial en el debate, actuando del otro lado del estado, la tienen eso que llamamos organizaciones no gubernamentales. Pero qué sucedió en los “inmovilizados” socialismos europeos, que ocurre todavía hoy, que en el socialismo ellas son asumidas como poleas de transmisión, poleas que llevan la idea al partido a las masas, no se conciben con traslado en sentido contrario, y por tanto no sirven como vehículo del debate. El nombre que asumen ellas aquí, para estar a tono con la denominación internacional, no resuelve el problema. Son no gubernamentales, sí, pero son subordinadas oficialmente del partido en el poder, y como parte del sistema actúan en la armonía que les exige el partido. El partido, como cualquier estado mayor, no va a permitir que dos subordinados suyos, que le han acogido como fuerza dirigente, peleen en batalla fraticida. De ese modo la no gubernamentalidad no dice nada de que la ONGs pueda asumir una actitud crítica ante el estado. Todo es muy sencillo, si el partido es A y el estado es B y las ONG son C, en la medida en que B y C cumplen el encargo de A, nace entre ellas una unidad, una prohibición de las diferencias. Pura lógica esta, que un día deberemos entender, para comprender porqué una ONG, cuyo cuadro centro, para redondear, se coloca con aprobación del Partido, no va a aportar nada original en el debate, sino que siempre será incondicional del bloque de ideas que le dio vida.



El debate aparente fue una de las grandes “conquistas” del socialismo. Luego de una actitud burda, poco sabia, ante las opiniones distintas (que le trajo no pocas malas famas, disidentes ilustres), se pasó a emplear el arma tan “eficaz” de la tolerancia, de la indiferencia. Es una actitud verificable fácilmente. Se aprecia en muchos espacios, en revistas, cómo el portador de una idea de verdad provocativa, que podía despertar el debate, no pasa de ahí, de la enunciación. Es que el pacto es ese: tú lo dices en determinado tono, y yo te lo acepto. No puedes convertir tu opinión en algo escandalizante porque me obligas a actuar. Es este un pacto peligroso, peligroso para el futuro, peligroso porque va sobornando, va corrompiendo a la intelectualidad, la llamada a participar de modo estable, profesional, en el debate, y ser ejemplo en este.



En esa enunciación de ideas supuestamente debatientes, atisbos de debate, he descubierto regularidades: no conectar el suceso con la “línea trazada”, con la política; no mencionar hechos concretos, no poner ejemplos, no comparar, no utilizar metáforas fuertes, no decir nombres tabúes: PP, PCC, personas con cargos. Así el texto supuestamente “incitador” queda tan desabrido como una sopa de coles. ¿Es que no sabemos acaso como hacerlo distinto, como lograr un discurso de verdad debatiente? Sí, sí lo sabemos. Basta poner a ese periodista, a ese intelectual cauteloso, a enfrentar una idea del enemigo para que se desplieguen todos sus recursos. ¡Qué registros!¡Qué arsenales retóricos! ¡Qué manejo de la ironía! ¡Que trenzado de habilidades para echar más y más leña al fuego!



Es triste, muy triste esto. El capitalismo se ha metido setenta años diciendo eso, que somos una sociedad cerrada al debate, y nosotros negándolo. Y se cayó el socialismo europeo, y seguimos empantanados, diciendo que sí, desafiando impunemente la fábula como carnales Pinochos.



Fue sintomático, muy demostrativo para mí, lo ocurrido en el pasado Congreso de la ANEC (Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba). Había terminado el año, empezaba el congreso, y yo esperé cierta mirada de la ANEC al año vencido. Una mirada que no fuera calco del Ministerio de Economía y Planificación, y tampoco del de Finanzas y Precios. No, no ocurrió, como yo, todavía un poco ingenuo u optimista, esperaba. El Congreso, yendo a dejar en primer lugar clara su posición de subordinado, ser noticia en su fidelidad, contribuir a la "unidad", tomó un acuerdo inicial, muy bien difundido, de no solo respaldar las medidas tomadas, sino las que se tomarían. Eso de aprobar lo que vendrá, yo apoyaré lo que vendrá, me parece una de las cosas más caricaturescas que se pueden producir en el seno de una institución que debe sentir la responsabilidad de ir siempre a la búsqueda de los vacíos y defectos, de aportar su mirada original sobre la sociedad. Un acuerdo así es aplaudido por el poder, da tranquilidad. Es como un adelanto: no os preocupéis, en mí no hallaréis motivo para debates.



Otro problema del debate, de sus muchos, tiene que ver con la ausencia de progresión. Nadie en sus cabales ataca diez veces una fuerza a la defensiva con los mismos recursos, el mismo volumen de fuego. Quien lo hace así, no le importa verdaderamente la victoria, cumple un acto de rutina o bien porque es aliado del enemigo o porque solo le interesa “marcar” en la evaluación de sus superiores.



Cuando oigo lamentar a muchos que llevamos treinta años pidiendo debate en la prensa pienso en ese tipo de ataque tipo Sísifo. Seguimos ahí también por nuestra culpa, porque no hemos salido de esa misma escala, que se torna rutinaria e inofensiva. Un problema de 30 años requiere una búsqueda en la esencia, ir al núcleo. ¿No será que le estamos pidiendo a la prensa lo que no puede dar? ¿No será que estamos hablando de una prensa que no es tal? ¿No será que estamos hablando de una prensa como institución social, que tiene posibilidades para ese debate, y estamos confundiendo con ella nuestra prensa, que por el diseño del país, es verdaderamente una extensión del aparato de propaganda partidista? La prensa militar, por ejemplo, no recoge dudas de los soldados sobre la orden del comandante, no es prensa propiamente, es un medio de combate en el terreno espiritual. Su diseño es hacer lo posible por la victoria. Se le llama prensa militar muy eufemísticamente, pero no lo es. Tiene una misión muy clara: divulgar los éxitos propios y las derrotas del enemigo. Eso era Patria, pero se justificaba por su papel, por su aspiración muy concreta, lo que no se justifica es que se tome a Patria como la tradición guía y se le pida hoy a un órgano del Partido de una provincia que diga algo estratégicamente en contra de su mentor. Eso es pura fantasía. La vida lo ha probado, y lo probará.



Si en lugar de repetir en la misma escala esa queja, los que quieren cambiar el papel de la prensa hubieran pasado a otros planos, a otras preguntas, otras acciones, ya el problema o fuera mayor (un modo también de cambio, mejor que la inercia, porque acerca la crisis y la solución) o se hubiera resuelto.



Hemos hablado mucho de las ideas debatientes de un bando. Veamos la del estado, la del poder, la del bando atrincherado. Ese bando además de sus ventajas, puede darse toda la soberbia del mundo. ¿Como se expresa su soberbia? Muy fácil. No asisten a los debates, no toman un asiento, consideran rebajarse, ponerse a la altura de los otros, ir allí. No escriben para la prensa. Dejan hacer no por aceptación sino por tolerancia, por acto de gracia. Un recurso que utiliza a menudo es considerar esa idea una provocación, una elección sabia porque el término provocación es el único que justifica éticamente la inacción. “Es una provocación, y no debemos dejarnos provocar”. Silencio, ante tu provocación te dejo hacer, te dejo decir. Ese es un modo de salir, de esquivar que debe ofender al intelectual Y es deber del intelectual, si lo es orgánicamente, sentirse ofendido. Es siempre preferible una incomprensión, un castigo, un regaño, a una indiferencia.



En cierto artículo de los años 60 relataba Carlos Fuentes la envidia de un intelectual norteamericano al ver el cuadro de latinoamericanos escritores, artistas, pensadores, exiliados, perseguidos, expulsados. Decía él que los envidiaba, que no hay nada más feliz que ser perseguido por tus ideas. Eso demuestra que tus ideas valen, que son fuertes, que se les tiene en cuenta.



Se dicen hoy en Cuba cosas que no se podían decir hace veinte años. ¿Madurez o comprensión de que una idea solo expuesta, desprovista de la posibilidad del eco, de su paso a los grandes medios, es una idea realmente censurada? ¿Tolerancia o dejar hacer desde la estatura soberbia de un cuerpo de ideas diseñado, cerrado, que no mirará en igualdad a las otras? La mirada de Fernando Pérez sobre nuestra esencial Habana no se habría permitido durante el "pavonato", pero yo, en vez de festejar me lamento. Ver en Suite Habana un contrincante de peso para el discurso oficial habría sido un buen premio a esta, peor es que en el mismo año de conocer todos los cubanos que la vimos una lectura más realista de nuestra vida cotidiana, en el balance anual de nuestra economía, de nuestra vida doméstica, no apareciera ni una sola viejita vendedora de maní, ni un solo médico-payaso, ni un solo joven con la mirada perdida por la desesperanza. Para el discurso oficial, en resumidas cuentas, aunque no se lo digan, Fernando Pérez contó una Habana que no existe.



La mesa redonda reciente de la revista Temas sobre el debate (me refiero a la publicada en el número 41-42, enero-junio del 2005), ilustró ejemplarmente estos males. Lo peor, ella misma no logró erigirse en debate. Todo el mundo estaba del lado de los insatisfechos, pero nadie fue allí a nombre del otro bando. Fue verdaderamente un intercambio académico entre intelectuales. Cuando la Dra. Mayra Espina dijo lo que dijo, lo mejor de la sesión:



Lo que yo estoy tomando por debate bajo la convocatoria de este panel es una cuestión eminentemente política. No hay suficiente espacio para ese debate, esa confrontación, ese contraste de perspectivas, porque el diseño político de nuestra sociedad es excesivamente autoritario, verticalista, centralista, y las ideas estratégicas están preelaboradas, de manera que el debate se deja para asuntos menores...”



no hubo luego de ella nadie que se le opusiera o que se le sumara. Y el debate no prendió. Y debía prender. Un juicio así, de esa rotundez, merecía al menos una buena respuesta del “otro bando”.



Vuelvo a una idea ya apuntada, pero que considero esencial. Aquellos cuerpos de ideas que se institucionalizan, jerarquizan, establecen por el poder, solo entran al debate cuando se sienten realmente “amenazadas”. Crear esa “amenaza”, desde la agudeza, la insistencia, la multiplicación de los instrumentos, el desorden, la desobediencia, el desafío, la osadía (“nunca pensé que se dijera algo así delante de mi persona...”, expresó el alto oficial español, evaluando muy bien la osadía martiana), es el único recurso que queda para despertar el debate, el debate real, incontenible. Es el único que existe, lo demás, la apelación, es pura candidez.



Lo ocurrido en estos días con el caso Pavón: un alud incontrolable de correos, de opiniones, un debate organizado sin pedir permiso, creciente, confirma esta tesis. Su fuerza, su dimensión de fuerza cuatro, impulsó a negociar, a hacer declaraciones, a organizar ciclos de conferencias. Ante ideas desatadas así aparecen siempre los términos “comprensión”, “reconocimiento”. Son términos para esconder la alarma, son términos de contención verdaderamente. En la retórica política (y este no es un término despectivo) eso se llama “alcanzar el problema una dimensión”. El problema no está en el contenido de la idea misma tanto como en el pronóstico de su expansión, de irse de las manos.



Si vamos a hablar de contenido, esa pifia del ICRT no es nada comparado con un juicio como este, que puede encontrarse no en una publicación del enemigo, sino de nuestro país, y que ha pasado, como el de la Dra. Espina, sin pena ni gloria ante nuestras narices, convertido en una “opinión de baja intensidad”, aunque cuestiona ese Poder Popular que ya cumplió 30 años, y pone en entredicho la veracidad de nuestro reiterada “plena democracia”. En su artículo en Participación. Diálogo y debate en el contexto cubano (Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2004), afirma el Dr. Ovidio D¨Ángelo, sicólogo y sociólogo:



En la sociedad cubana actual, uno de los espacios de ejercicio democrático posible más cercanos a la vida cotidiana de sus participantes: las asambleas de circunscripción de los poderes populares, en muchas ocasiones, se ha ido perfilando como enmarcado en tipos de asuntos y demandas acotados por la inmediatez, al que acuden los vecinos para plantear y atender reclamaciones del entorno más cercano. Algunos de los planteamientos obtienen una solución colectiva o institucional y otros muchos, a lo sumo, una respuesta formal por las instituciones de competencia, y van quedando relegadas o excluidas de todo ello las preocupaciones ciudadanas acerca de las políticas económicas, sociales y de otro tipo que se generan en los más altos niveles del Estado...”



Las revoluciones se comienzan con las armas y se continúan y consolidan con el debate. Y si el debate nos es tan importante, debe ser una categoría sobre la que tenemos que reflexionar con toda la libertad que exige el acto de conocer a fondo. Acto donde el tanteo, el error, son legítimos, donde lo peor es la superficialidad, la limitación a la piel de los asuntos.



Más allá de la piel del debate he tratado de ir. El debate—y repito, el debate como categoría política, no como ese estadio de béisbol donde una mitad dice que el mejor primera base fue Marquetti y la otra que Pedro Chávez—, y su lugar en nuestra sociedad hoy día, merecen un sondeo visceral. Un sondeo crudo, valiente, audaz, inaplazable. Sobre todo inaplazable, porque postergar el debate será arriesgar irresponsablemente la salud de la Revolución misma.



Félix Sánchez Rodríguez



22 de enero de 2006



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