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Mensaje de Eduardo Jiménez García



Ayer, tarde en la noche, le comentaba a Pedro Campos vía e-mail: "...más allá de la desabrida e intelectualmente corta ¿declaración? del Secretariado de la UNEAC, me voy a la cama esta noche con una gran alegría: hoy han llovido por mi correo electrónico las reflexiones de disímiles personas (artistas o no, intelectuales o no), patriotas todos, que además de mostrar su inconformidad con el muy bajo perfil de esa nota, no quieren dejar morir el verdadero debate de estos días, el clima de intercambio franco y libre que hemos vivido todos durante una semana. Gracias doy a Orlando Hernández, a Desiderio Navarro, a Jorge Ángel, a Miguel Barnet, a Reynaldo González, a Francis Sánchez, a Zenayda Romeo, a Pedro Campos, a Roberto Cobas, a Arturo Arango, a Jorge de Mello, y a otros tantos que mantuvieron respirando este espacio -alternativo pero muy efectivo- de debate, aún cuando por momentos pareció a punto de quedar vacío o diluido. A Orlando especialmente se le debe el haber hecho de este intercambio un suceso que rebasara lo gremial para convertirse en un foro inclusivo, de sensibilidad y compromiso social, donde cupiéramos todos, fuéramos o no artistas..." Pero se me olvidó "modificar" todo lo anterior con un calificativo que, a mi juicio, no podía faltar: la valentía personal, intelectual y social de todos ellos para defender no sólo ese coto de reflexión, sino la necesidad urgentísima de un debate nacional acerca del país que queremos. El numantinismo lúcido, ágil y humilde de Orlando, y la entrada al ruedo de historiadores y economistas como Pedro y Cobas, me conmovieron sobremanera. La nota de Mariela Castro a Reynaldo que corriera ayer como pólvora por la net, también me causó grata impresión, pues me pareció -como le comenté a Pedro- acompañadora y valiente.



Era obvio -aunque temiéramos reconocerlo- que la llamada "guerrita de los e-mails" no era sólo "cosa de artistas", sino "cosa de Cuba", y que no se trataba de un intercambio instigado, ni orquestado, ni financiado por ningún agente de la CIA. Muchas voces verdaderamente revolucionarias -aunque marginadas y castigadas infinidad de veces por los representantes del dogma y el inmovilismo- se encontraron de pronto, se hermanaron en la net, y desde allí se han expresado. Ellas son también la Revolución -mal que le pese a varios burócratas. Son la voz inconforme, sincera, emancipadora, inteligente y creativa que toda Revolución Verdadera necesita para no morir. No son la parte "rara" o "confundida" de la Revolución, aunque esté aparentemente en minoría. No. Son el alma misma de Ella. Son su reivindicación. Por eso también todavía respira. Créanme que por momentos había sentido cierta gran soledad. ¿Seremos yo, y algunos de mis amigos -me he preguntado-, los únicos que, sintiéndonos revolucionarios y anticapitalistas, no cabemos en los moldes de lo que el pensamiento burocrático ha dado en llamar "revolucionario"? ¿Estaremos condenados a la "inadaptación"? ¿O nos pondremos a simular, decididamente, que todo nos parece bien y "sí, mi jefe"? Yo con esto último NO PUEDO. En esos moldes, "no sé, yo no puedo entrar". Pero he visto, con felicidad, que no soy el único perro del arrabal, y que en esta no reconocida periferia de Dios, son muchos los perros encantados y dignos que no quieren pasearse -haciendo consesiones graves- por el centro de la ciudad que tanto aman.



Recuerdo que un día, a inicios de 2002, me llamó un directivo de la TV para informarme que yo no podía seguir en el espacio de análisis que habíamos fundado mi amigo Pepe Alejandro y yo, casi dos años atrás, en la Revista de la Mañana, porque yo estaba "fuera de la línea informativa de la revolución". Habían recibido "fuertes quejas" de la dirección del Partido de Santiago de Cuba, y en especial de su primer secretario, Juan Carlos Robinson, por un programa que dediqué a comentar sobre serios problemas de mendicidad infantil en la zona turística de Santiago. La ira del aquel cacique, unida a otras protestas de entidades cuestionadas en anteriores ocasiones como el Ministerio de Salud Pública y la red comercial de CIMEX, fueron "razones" suficientes para sacarme. Sólo atiné a responderle a aquel personaje: "No me hables en nombre de la Revolución. Dime que tienes miedo, que estás bajo presión, que estás cuidando el cargo. Tú tienes el poder, pero tú no eres la Revolución, y Robinson tampoco es la Revolución." A mi amigo Pepe Alejandro -a quien quise y respeté todavía más después de aquellos días- le propusieron que hiciera el programa solo o con alguien nuevo, pero renunció dignamente a seguirlo haciendo.



Les cuento esto así, sin mayores detalles ni nombres, porque creo que a estas alturas lo importante no es el nombre del verdugo (a quien sinceramente no le guardo rencor), sino -como le comentaba ayer a Pedro- esa indeseable cultura de ejercicio del poder que, por desgracia, no es ajena al funcionamiento de no pocos ámbitos de nuestra sociedad presente, y en la cual se silencia la verdad, se castiga el legítimo y sincero compromiso del profesional con su sociedad, y en el cual se suelen premiar el asentimiento, la camaleonería y "el culto irrestricto a la autoridad" (al decir del Ché). De eso, en esencia, creo que también ha tratado la e-mail-polémica sostenida durante estos días. Pero ese mal -y muy bien que lo analiza Pedro en sus artículos de kaosenlared- no es más que la expresión política concentrada de un esquema económico excesivamente centralista que casi de modo natural hace espacio a ese tipo de actitudes de "ordeno y mando" y a muchas otras no menos negativas, porque sobre la base de la reflexión y la participación colectiva en la toma de decisiones, a todos los niveles, un esquema así no podría sobrevivir. Todo eso, lamentablemente, trae aparejado una falta de compromiso inevitable por parte de la gente, al sentirse más objetos que sujetos -fichitas de dominó- dentro del proceso de construcción histórica. Y todo ese es otro gigantesco peligro -no menor que la agresividad norteamericana- del que algunos no quisieran tener noticias para dormir tranquilos.



Ya se preguntaba Fidel, hace poco más de un año en la Universidad de La Habana: "¿Cuáles serían las ideas o el grado de conciencia que harían imposible la reversión de un proceso revolucionario?". Creo que de eso se ha tratado, en el fondo, todo este movimiento de reflexión que, por vía electrónica, provocara la inusitada aparición en TV de gente como Pavón, Serguera y Quesada. Y coincido con Mariela Castro en que los dramáticos episodios del mal llamado "quinquenio gris" deberían analizarse profundamente PARA EVITAR QUE SE REPITAN. Por eso la iniciativa de Desiderio -aunque algunos la creyeron desmovilizadora en un inicio- me parece tan válida. Sí hay que hablar, y mucho. Denunciar. Reivindicar. Exorcizar esos demonios que muchas veces nos castran la valentía y la claridad para interpretar -como entes sociales y no gremiales, como revolucionarios- la realidad actual y su urgente necesidad de cambios. Pero es necesario que la reflexión no se quede dando tumbos entre las resonantes paredes de un claustro obispal. Si queremos un país más emancipado y más justo aún, un país donde el capitalismo no pueda ser restaurado, hay que hacer partícipes "a todos en las cosas de todos", como decía Martí. No veo otra alternativa que el reencantamiento y la creación.



Por todo lo anterior es que me ha parecido tan desabrida e intelectualmente corta la declaración del Secretariado de la UNEAC. Sencillamente, no está a la altura de lo sucedido. A muchas personas les resulta difícil aceptar que se anuncie un problema sin dar la menor explicación acerca del mismo. Eso, es lógico, ha provocado cierto sentimiento de estafa en varios receptores del mensaje, y pareciera establecer un límite a las discusiones acerca del tema a un nivel más socializado. La mayoría de las personas, el pueblo, se han quedado sin entender de qué iba la nota.



Como tema eminentemente gremial y críptico -"abstruso" añadiría para enfatizar la ironía (¿qué otra cosa es si no "el sector de los intelectuales"?)- se ha tratado este legítimo revuelo que, gracias a algunos de sus participantes, logró ir en su análisis más allá de las anécdotas dolorosas e inolvidables de un "antaño" no muy lejano. "A los intelectuales, lo que es de los intelectuales", y valga la paráfrasis. El asunto se ha manejado, en el orden de la política y de la comunicación de masas, como si el pensamiento no fuera fruto del devenir socioeconómico e histórico, como si las ideas artísticas y el ejercicio intelectual del tipo que sean, anduvieran separadas de la realidad social y sus dinámicas. "Cosas de artistas". Para qué explicarle a la gente, con detalles, el conflicto que surgió en la caldera de un club de huraños hechiceros, si nadie va a entender nada. Por esa vía (pensará algún que otro sabichucho burócrata) la gente se nos va a meter de cuerpo entero en la nigromancia. Mejor que no sepan.



No sé qué pensarían en estos momentos Mella, Villena y Pablo, por ejemplo, quienes rompieron definitiva y muy tempranamente con la turris eburnea del intelectual alienado del siglo XIX, para convertirse en lo que después Gramsci llamaría el "intelectual orgánico", socializador arriesgado y comprometido del pensamiento, constantemente relacionado con "la cosa pública" y con todos los latidos de la Nación, agentes conscientes y entusiastas del cambio social. Martí –indudablemente- había dejado una feraz huella. ¡Ay, Martí!, qué gran artista, qué gran intelectual, y a la vez qué gran político.



En fin... Qué bueno que todo esto haya sucedido y esté sucediendo. Y para bien -si se sabe aprovechar con inteligencia y sabiduría- de la verdadera Revolución y de su sentido mismo de ser: la emancipación cada vez mayor del individuo y de la sociedad. Claro que -como dice un querido amigo- después de tanto esfuerzo algo bueno tiene que salir de todo esto. La REVOLUCIÓN, es de todos. Sinceras gracias, de nuevo, a todos. Un abrazo,



Eduardo Jiménez García



mensaje de Eduardo Jiménez García a Enrique Colina



Estimado Enrique Colina:



Ante todo, mi respeto -que a partir de ahora ya no es sólo el de un televidente hacia el buen profesional de la comunicación que es usted. Y muchas gracias por haber permitido que se compartieran sus ideas.



He leído, con admiración progresiva y sin merma, su "descarga" valiente, sincera y perspicaz. En estos momentos no parece haber otro modo de ser consecuentes. Es obvio que la suya es posición de compromiso raigal –e incontrovertible- con la REVOLUCIÓN que muchos de los participantes en esta discusión vía mail hemos defendido también. Creo que urgen, como nunca, ejercicios de higiene y dignidad como este suyo: reflexivo y respetuoso, pero a la vez abierto en su denuncia, sin ambages.



Se trata, a mi juicio, de contribuir a hacer algo mejor nuestra sociedad, de emanciparnos todos más en el ejercicio mismo de emanciparla a ella toda. Es deber y es derecho. Es dialéctica. Es, aunque no le guste a muchos la palabra, MARXISMO. Asentir como obedientes monaguillos ante la fe dogmática de los burocratismos y resignarse a trashumar por sus designios inmovilistas, contribuyendo a aplastar las diferencias genuinas y el ejercicio del criterio propio, no podrían ser nunca Deber, y menos un Derecho.



Sabemos que las revoluciones estáticas no existen. Como no existen las revoluciones por decreto. El pensamiento y la acción burocráticas no hacen revoluciones, ni las recrean: las desubstancian aniquilándolas lenta y eficazmente. De eso se nutrieron Gorvachov y su Perestroika (con Glastnost incluida). Ellos no fueron más que los verdugos que aplicaron una sentencia de muerte dictada hacía buen tiempo por la falta de una verdadera democracia socialista, por la falta de participación y fiscalización ciudadana, por la quiebra de aquel modelo económico archicentralista e inoperante, por la terrible existencia de una obesa burocracia que fue despojando del poder a la clase trabajadora a nombre del socialismo, y por otras muchas torceduras, algunas sumamente graves. Y eso es más que sabido. La Perestroika no fue causa, sino consecuencia



Creo que recrear la REVOLUCIÓN, extenderla viva e imantada por entre generaciones, sólo puede ser fruto de la participación de TODOS los que de buena fe (pero jamás ciega) la queremos, porque sin PARTICIPACIÓN no hay compromiso, y sin COMPROMISO no habrá responsabilidad, y sin RESPONSABILIDAD no habrá ejercicio posible y positivo de la LIBERTAD. Mimetismo, doble moral y seguidismo convenientista habrá de sobras.



No son solo mejoras materiales las que necesitamos, aún cuando sean de suma importancia. Reencantarse y sentirse sujeto de un proyecto social justo y humanista no depende únicamente de la elevación de la calidad material de la existencia, sino de la implicación activa del sujeto (sentimental y conscientemente) en la modelación, cambio y perfeccionamiento de ese proyecto social. Contar con todos para cambiar con todos y crecer con todos. Pero CAMBIAR de verdad, sin verticalismos alienantes. Comenzar a hacerlo.



Yo detestaría –como creo verlo en usted y en muchos de los que han estado palpitando con este debate informal- que la máxima para una transformación fuera la que Nicolás Maquiavelo le recomendara a su Príncipe hace 500 años: "Cambiad, cambiad mucho, para que nada cambie". No son ficciones de cambio lo que necesitamos, sino cambios profundos que destierren las ficciones, y la posibilidad nada remota de una restauración capitalista en Cuba. Cambios que no sean, ni a lo soviético, ni a lo chino (como desea Dimitri Negroponte), ni a lo vietnamita, sino a lo cubano. Cambios que –atenidos a lo mejor de nuestras raíces y tradiciones, y con el oído y la atención puestos en el pensamiento revolucionario contemporáneo más creativo- hagan de esta sociedad un espacio incuestionablemente más democrático, más participativo, más natural, más funcional, más libre y MÁS FELIZ. Superior. Un cambio donde la soberanía del país sea tan sagrada e incuestionable como el respeto a la soberanía de sus individuos, y al derecho de estos a participar con opinión propia en el proceso de construcción de su propia nación, de su propia REVOLUCIÓN, sin temor a ser "marcados" y "castigados" –sutilmente o no- por algún que otro burócrata caciquil con demasiado poder. La CREDIBILIDAD y el debate sincero y no excluyente sobre nuestros problemas, son la base de la IRREVERSIVILIDAD.



Pero esa irreversibilidad –para llegar a ser cierta- no podrá entenderse como un proceso de resistencia numantina, sino como un proceso de superación sincera y positiva de tanta contradicción acumulada. Por eso me ha parecido tan interesante y necesaria su carta a Desiderio Navarro, pues la considero otro valioso voto personal por el diálogo abierto, honesto y libre sobre viejos y actuales problemas, que exceden lo propiamente artístico por sus vivas resonancias en términos sociales, económicos y políticos para nuestro país. Ojalá que la conferencia organizada por Criterios (ahora de participación restringida por la vía de la asignación de invitaciones) sume a sus Memorias opiniones tan sinceras y comprometidas como las de usted y otros compañeros. Lo importante, de todos modos, ya ha sucedido y está sucediendo.



Hace algunos años le escuché decir a Fernando Martínez Heredia una frase demoledoramente libre, profunda y parodiante que me ha ayudado mucho a no caer en ese conformismo cínico, silencioso y desencantado que tanto abunda. Dijo Fernando aquella vez, refiriéndose a su criticada y contumaz irreverencia: "Vivo en un país libre, y además me lo creo".



Muchas gracias de nuevo,



Eduardo Jiménez García





Mensaje de Eduardo Jiménez García a Abelardo Mena



Estimado Abelardo:



Ayer leí su respuesta a una persona (no recuerdo su nombre) que apoyaba con elitismo preocupante a Desiderio Navarro.



Comparto con usted -y le agradezco- no haber dejado pasar la oportunidad de recordar (nos) que a este debate tiene derecho todo cubano y toda opinión interesados en el destino del país, y que no deberá convertirse en una pasarela de intelectos (lo cual algunos desean con fuerza) si pretendemos que se mantenga como espacio legítimo y respetable de reflexión -incluso para nosotros mismos. Toda la riqueza que ha brotado en estos cruces de e-mails, tengan el cariz que tengan y vengan de donde vengan, me parece formidable. Es el retrato vivo de nuestra diversidad intelectual e ideológica, y por encima de ella se van dejando ver puntos comunes que son, a mi juicio, lo más importante. Le agradezco también las observaciones que me hace ahora, y me apresuro a responderle. Aunque no las comparta, me dan qué pensar, y han sido también objeto de cuestionamiento propio en ciertos momentos. La "Evolución" está muy vinculada al llamado "orden natural" (siempre respetable), y deberíamos preguntarnos si esto que vivimos no es ya para mucha gente (con o sin poder) un "orden natural de las cosas", cultura de vida asimilada. Querríamos más de lo mismo? Dejaríamos que por ley de la evolución natural se "resolvieran" tantos graves problemas que "evolutivamente" fueron creados? Descansaremos en que la mano de Dios tomará cuenta en nuestras cosas y a nuestro favor? Entonces qué sentido tendría participar en este valioso debate y arriesgar la opinión propia, si todo evolucionará a donde Dios quiera? Otra variante evolutiva sería el regreso al capitalismo, otro "orden natural" -tal vez el más reconocido por viejo y por diablo, pero esa no es mi opción, aunque respeto que para otros lo sea. Prefiero participar en la creación (ingenieril como todas las construcciones sociales) de una sociedad nueva, en la creación de un nuevo orden natural y de un nuevo sentido común que supere con creces el actual modo de relación entre los seres humanos, en Cuba y en el mundo. Todo ensayo social es construcción (leyes, normas aceptadas o no de comportamiento, sistema económico, ideología, sentido común funcional al esquema, etc.). No le temo a revolucionar, ni creo que sea palabra gastada. Hay otra manera en Cuba de entender la revolución, y otra de defenderla que no sea la del doctrinarismo burocrático que tanto daño ha hecho. Ese uso prostituido de la palabra revolución sí está quebrado, y creo que buena parte de nuestro país entiende eso. Creo en el concepto de revolución que el Ché tiene, creo en el desarrollo inevitable del sentido común, y creo en el marxismo como método de interpretación de la realidad y de sus grandes complejidades. Creo en el poder humano de transformar su vida. Creo en el socialismo -ese otro socialismo, realmente más humano y más libre, que podríamos y deberíamos amasar entre todos antes de meterlo al horno. Otra cosa distinta es si, en realidad, las mayorías (silenciosas pero pensantes) están deseosas, conscientes y sentimentalmente preparadas para lanzarse a una conquista de tal magnitud, como uno desearía. Yo creo que mucha gente sí.



Creo que estas reflexiones de ambos podrían ser de utilidad para el debate. Si me lo permite, querría compartirlas con varios amigos, pues nos ayudaría a todos.



Le agradezco de nuevo su sinceridad y sus anteriores intervenciones en este foro virtual que la sinceridad y la valentía han abierto.



Un abrazo,



Eduardo Jiménez



29 de enero de 2007



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